Los secretos familiares que duelen





Psicogenealogía y secretos
Durante mucho tiempo hemos considerado que la infancia era el orígen de todos nuestros males, grandes y pequeños. Hasta que la psicología da la cara y demuestra que nuestro árbol genealógico no cuenta para nada…

La vida de nuestros antepasados, sus miedos, sus prejuicios y sus esperanzas a menudo se manifiestan en nuestra propia vida, incluso cuando no somos conscientes de ello. Identificar con éxito la huella que nuestros antepasados han dejado en nuestro interior es tomar consciencia de nuestra historia para poder transformarla en una nueva, libre de los demonios del pasado.

Tres mujeres han accedido a compartir con el equipo de enfemenino el modo en que las historias de sus ancestros han repercutido, positiva o negativamente, en sus vidas. Descubre sus testimonios y las aclaraciones de Juliette Allais, experta en psicogenealogía.

 

Caso 1*"Estuve influenciada durante mucho tiempo por las angustias de mi padre"

De pequeña, me sentía permanentemente en peligro.
Mi padre, judío húngaro, sobrevivió a la deportación. Nunca ha mantenido en secreto este episodio de su vida, por lo que me crié bajo la convicción de que el ser humano tiene mal fondo.
Para mis amigas la paz es un estado normal: para mí, es un alivio. Crecí con la idea de que lo peor aún está por suceder: durante mucho tiempo no pude dejar de preguntarme, por ejemplo, si una persona me abriría la puerta de su casa si me estuviesen persiguiendo.

Aborrezco la vida diaria. Todas esas pequeñas cosas que nos suceden en el ámbito amoroso, profesional, que para algunos son detalles y para mí, en cambio, auguran una catástrofe. En su momento, pensaba que simplemente estaba más lúcida que los demás.
Recuerdo perfectamente una de mis primeras sesiones de psicoanálisis: hablé de un sueño que tuve en el que estaba sola en una cama de madera y tenía frío. Mi analista me preguntó si la cama de madera me evocaba algo. Yo le respondí que no, que aquel camastro no significaba nada para mí.

La clave de su experiencia
Entonces mi analista me dijo algo que lo cambiaría todo: "Tienes sueños que no te pertenecen". El alivio fue inmediato. Se trata de los sueños de mi padre, al igual que mis angustias y mi visión del mundo.
En ese momento comprendí también mi tendencia a la insatisfacción, mis dificultades para dejarme llevar, mis períodos de anorexia y bulimia: cuando tus padres han enfrentado cara a cara con la muerte, tu propia existencia parece no ir más allá de la suya.

Sientes que no tienes más remedio que ganarte un sitio en el mundo. Mi
padre no ha sobrevivido a algo así para traer al mundo a una fracasada: yo creía que debía estar a la altura del sufrimiento que el había soportado.

Mi análisis me sirvió para identificar mis traumas, aún los tengo pero influyen menos en mi vida ahora que los reconozco. Ahora soy mucho más apasionada: he aceptado, por ejemplo, la posibilidad de amar y ser amada. Sigo juzgando a los demás bajo los criterios de legalidad, confianza e integridad pero, afortunadamente, también lo hago en función del
bienestar que me aportan.
Esto me ha permitido no pretender que mis hijos sean pequeños soldados preparados para luchar contra la arbitrariedad de la existencia y ofrecerles la confianza y la fuerza que les reporta mi
amor.

La aclaración de la psicóloga
No hay ninguna razón para ser fieles al sufrimiento de los padres
Sara se dejaba llevar por el sufrimiento de su
padre: más allá de lo que se dice, ella está en contacto con su inconsciente, que se manifestaba a través de sus sueños.

Los niños nunca son impermeables al sufrimiento de sus padres
, por lo que sienten que, por lealtad, ellos también deben sufrir. Pero esta situación les impide crecer, manteniéndoles en un estado entre infantil y de víctima asustada.

En el caso de Sara, esta lealtad angustiosa ha debido ser casi tan importante como la figura paterna: una niña pequeña tiene que poder separarse de su
padre y si éste último es frágil, su dolor se convierte en una especie de coartada que le impide resolver el complejo de Edipo.

Lo que hay que quedarse de su historia

Sara tuvo el valor de aceptar que no hay ninguna razón para ser leal al sufrimiento de sus padres, incluso si han superado algo tan horrible como el Holocausto. El papel de los hijos no es el de enmendar la historia de sus padres ni de perpetuar su dolor sino que deben estar de parte de la vida: autonomía, libertad y felicidad.

Caso 2*"Víctimas de incesto, mis abuelos me transmitieron su sentimiento de culpabilidad"

María, asistente de marketing de 28 años.

Estuve sintiéndome culpable durante años sin saber porqué...

Sin estar sumergida en un verdadero sufrimiento, siempre había sentido que algo en mí no marchaba bien, algo no era “normal”. Además de una evidente falta de confianza en mí misma, era muy propensa a los ataques de ansiedad y sentía una intensa culpabilidad de la que no era capaz de encontrar el origen.

Empecé una psicoterapia y rápidamente nuestras conversaciones empezaron a girar en torno a mi familia, concretamente en torno a la figura de mi madre: una familia unida, muy tradicional y llena de principios y valores estrictos, encabezada por mi abuelo, militar de profesión. Se trata de un hombre firme y duro, con un gran carisma, que ejerce sobre todos los miebros de la familia una mezcla entre fascinación y sumisión.

Mi terapeuta, que era consciente de que tenía que ocurrir algo para que me liberase, me recomendó hacer una sesión de etioterapia, una disciplina basada en la memoria del cuerpo y en el inconsciente.

La revelación de su experiencia
En la primera sesión me reveló que mis abuelos habían sido víctimas de incesto. La etioterapia me explica que mi cuerpo y mi inconsciente han guardado este recuerdo traumatizante.

Me ayudó a entender que los episodios impactantes de nuestros ancestros, si se mantienen en secreto como algo innombrable, se heredan de manera innata: mis abuelos han transmitido sus angustias a mi madre, que a su vez me las ha hecho llegar a mí.

Al principio me perturbé y me mostré algo escéptica. Pero pronto descubrí que mi propio abuelo había sido incestuoso, ya fuese por roces espontáneos o por el clima incestuoso que se respiraba en el ambiente, sin tener en cuenta el pudor de las niñas, y exhibiéndose delante de ellas sin problemas.

Gracias a otras sesiones de etioterapia y a mi
psicoterapeuta, tuve la impresión de haber puesto punto y final a un ciclo: al cabo de un año dí a luz a una niña, y no podía evitar pensar que gracias a todo ese trabajo psicológico que había hecho, no le transmitiría a mi hija unos traumas que no le pertenecen.

La opinión de la psicóloga
¡Cuidado con los atajos!

Me resulta bastante molesto cómo los libros de etioterapia tratan de resolver los problemas mediante atajos, algo que parece poner de manifiesto las
tendencias actuales. La psicogenealogía es, por así decirlo, víctima de su propio éxito y, por desgracia, tiende a vulgarizarse en exceso: hay que admitir que esto puede ser bueno para identificar el origen de nuestros problemas en la historia de nuestros antepasados... Así, uno tiene la impresión de localizar la causa que, para colmo, ¡No es culpa nuestra!

Pero, responsabilizando a la historia de nuestros padres y abuelos, se percibe cierta sensación de maldición contra la que no se puede hacer nada, y nos contentamos con la explicación sin tratar de ir más allá...

En la historia de María, no pongo en duda el clima incestuoso que pudiese reinar en esta familia, pero falta algún eslabón entre este hecho y las angustias: ¿Qué le inculcaron sus abuelos a su madre? ¿Cómo eso pudo influir en la construcción de la relación madre-hija? ¿Qué papel jugó o no ahí su
padre?

En psicogenealogía, no son los actos (como el incesto) los que cuentan, sino la forma en la que llegan a la paciente y, sobre todo, el modo de transformarlos y de quitárselos de encima para poder vivir con total autonomía.




Caso 3* Infancias solitarias...

Mi padre nació en el seno de un matrimonio concertado entre un hombre y una mujer muy duros, por lo que creció en un ambiente falto de amor.

Cuando empezó la guerra, mi abuelo fue detenido y encarcelado: mi abuela tuvo que irse con mi
padre de 5 años en busca de la ayuda de sus padres. Estando en su casa, hubo una gran discusión porque mi madre estaba tan sola que había conocido a otro hombre y sus padres se negaban a aceptar esa relación.

Mi
padre estaba en la habitación de al lado: a raíz de esta disputa, su madre se fue de casa sin decirle adiós. No volvió a verla en nueve años. Fue criada por sus abuelos en un ambiente inerte, sin malos tratos pero sin efusividad.

Además, como consecuencia del impacto emocional que sufrió a los 5 años, surgió una fuerte tartamudez y una
salud delicada, lo que la obligó a salir del colegio y tener una infancia y una juventud de lo más solitaria.

La herencia de esta experiencia
Pienso que de sus respectivas experiencias ha nacido la necesidad imperiosa de ofrecer a sus hijos todo el amor y la cercanía que no recibieron.

Nos han criado en un clima cargado de
amor, respetando y teniendo en cuenta las diferencias entre mi hermano y yo y, sobre todo, haciéndonos siempre partícipes de sus decisiones. Mis padres se han querido siempre en el respeto, en la comprensión y, lo más importante, desde hace 50 años se han adaptado a los incesantes cambios de futuro. Siempre se han rodeado de gente y, aún hoy, tienen una vida de jubilados increíblemente activa.

Mi familia, es mi fortaleza y mi debilidad
Gracias a ella tengo una gran confianza en mí misma y estoy siempre abierta a los demás. Todo ello como resultado del calor y el afecto del que siempre me han rodeado.
Sin embargo, en ocasiones tiendo a tenerles demasiado en cuenta en mi vida adulta. Por ejemplo, me divorcié hace 3 años y me doy cuenta de que trataba de protegerles más a ellos que a mí misma. No obstante, sé que pase lo que pase, ellos siempre estarán ahí para cuidarme incondicionalmente.
Un día, mi psicóloga me dijo: “tus padres no son de cristal” es cierto que la simple idea de poder hacerles daño me resulta insoportable.

Qué nos dice la psicóloga
El testimonio de Laura demuestra que los hechos del pasado no determinan nuestra conducta, personalidad... No hay que dramatizar sistemáticamente con los asuntos hereditarios, ni utilizar términos como “traumas” o “soportar la carga”.

Por supuesto que hay algunas historias familiares más difíciles de digerir que otras, pero la historia de Laura es la prueba fehaciente de que no existe ninguna maldición ni mecanismo implacable.

Los padres de Laura recibieron una dura herencia, pero hicieron algo bueno a partir de ella: de la falta de
amor y de lazos, crearon una familia unida, en la que la empatía es el centro de las relaciones.

En la medida en la que sus padres no recibieron tanto
amor, es posible que Laura se sienta en deuda con ellos por todo el cariño que le han dado, y que tenga la sensación de que, dadas las circunstancias, no puede permitirse el lujo de defraudarles: no tratar de salvar o proteger siempre a sus padres, y crecer, implica correr el riesgo de ir, de vez en cuando, en contra de las propias aspiraciones.

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