SILENCIO INTERIOR


Debemos aprender a ser silenciosos. Encontrar el silencio es muy fácil. No hace falta aislarse en una montaña o en un desierto. No hace falta tampoco huir del ruido, ni enfadarse por un ruido desagradable. Basta con hacer el silencio en uno mismo, para inmediatamente encontrar el silencio. El silencio es un compañero eterno.

Acabamos de decir que es preciso aprender a vivir en silencio y ya la posibilidad de una falsa interpretación se erige. Vivir en silencio no quiere decir que tengamos que obligarnos a guardar silencio, que tengamos que imponernos el silencio. Si lo hiciéramos tomaríamos las palabras por realidades, imponiéndonos una severa disciplina que haría de nuestro silencio una forma de crispación y de censura superficial.

No se trata de jugar al silencio ni de hacer un simulacro. Tampoco se trata de encubrir nuestro parloteo y nuestro tumulto interior con el caparazón de una actitud artificial, fruto de un esfuerzo. Debemos encontrar el silencio, Es algo mucho más simple y mucho más profundo. Reprimir o imponerse una continencia no tiene el mínimo interés. Lo que sí que lo tiene es el despertar a la presencia del silencio. El silencio está en nosotros, siempre lo ha estado, eternamente. Debemos tomar conciencia del silencio que perdura detrás del minúsculo y decepcionante torbellino de pensamientos que se entrecruzan y chocan como insectos ciegos. Detrás, justo detrás, inmediatamente perceptible, el sorprendente silencio extiende sus dominios.

Para percibirlo basta con estar atento, con llegar a una forma de atención particular. Debemos escuchar, prestarle oído al silencio. Es muy probable que al principio nuestra pretenciosa cacofonía interior nos lo impida, pero quien busca superarla y escuchar lo que hay detrás, termina por encontrar el silencio. Una especie de declive mental se produce, y el silencio nos es perceptible. Los ruidos del mundo continúan llegando hasta nuestros oídos, pero ya no nos importunan, pues llegado desde mucho más lejos, sentimos cómo el silencio se desparrama en nosotros. Un silencio imperceptible para el oído humano, y que sólo el espíritu puede percibir.

Es entonces cuando, mecidos en este inmenso silencio, adquirimos una nueva mirada: Despertamos. La vida se nos revela en su inefable simplicidad. La existencia reviste un sabor especial acompañado de extrañas resonancias. Tenemos la impresión de que la vida humana no hace sino remover ligeramente la superficie de un silencio sin fondo.

A partir de este momento, toda vez que nos hayamos alejado de nuestra realidad interior perdidos en el torbellino de las apariencias del mundo exterior, sabremos que para poner de nuevo las cosas en su sitio, nos bastará con escuchar el silencio, con llamar y evocar a este compañero eterno. En esta evocación, el mundo exterior deja de ser un infierno de despreocupación acaparadora para convertirse en un Edén. Infierno y Paraíso los crea nuestra mirada. Para quien conoce el silencio y permanece en él, los pensamientos del mundo no tienen poder, resbalan como el agua sobre las plumas del pájaro.

Aprendamos pues a vivir en el silencio. Hagámosle un lugar al silencio en nuestra vida cotidiana, dejemos que se instale en ella este gran instructor. En medio de nuestras actividades, sin interrumpir nada, abramos el oído de nuestro espíritu y, detrás de los ruidos, en ausencia de toda reflexión, escuchemos el silencio...

Pensar en la presencia del silencio es comenzar a percibirlo, pues el pensamiento es una evocación. Una evocación en el sentido mágico del término, llama y provoca la manifestación de lo evocado.

En el silencio, el pensamiento se diluye, y el ser verdadero aparece. ¡Que cada día sea una oportunidad para tomar conciencia de las inmensidades del silencio interior!. Y que así, con los años, se establezca y crezca vuestra intimidad con el silencio. El silencio es el espacio en el que está contenido el conocimiento. Llegados al término de vosotros mismos, sois el silencio y sois el conocimiento.



Fuente : http://www.maieutique.org

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