Recobrando la humildad



Por José María Doria

¿Nos hemos preguntado alguna vez el por qué la humildad no está precisamente de moda?
¿Qué ha pasado con esta virtud que parece tan solo etiqueta para gente desfavorecida?
¿Acaso hemos ya olvidado que la paz es un tesoro que late oculto en el corazón humano?

Pareciera que actualmente el significado corriente de la humildad, alude tan solo a la llamada ...clase baja, o “gente humilde”, es decir a la tercera clase de ese tren que motoriza de forma arrogante una sociedad capitaneada por multitud de ricos tempranos en el puro tener.

En realidad utilizamos la acepción de “clases humildes”, cuando queremos dar a entender que se trata de gentes que viven en barrios empobrecidos y que suponemos reverencian a quien simplemente tiene más y puede sacarles de la miseria. Así pues el significado de la palabra humildad ya nada tiene que ver con un valor del corazón humano, sino con el estatus de quien es “menos”, es decir, de personas no solo pobres en el tener, sino también incultas.
Es por ello que la humildad en el uso cotidiano de esta civilización está considerada como una debilidad, y en algunos casos, se alude a ella cuando alguien se rebaja a sí mismo con la secreta intención manipuladora de provocar en sus allegados una reacción de ánimo, unas palabras que levanten la autoestima del que airea sus carencias buscando reforzarse, sin duda otro ejemplo de falsa humildad, también común en esta sociedad de culto a las superficies.

¿Cabe mayor despiste?

Nuestra cultura como ya es archisabido por los que observan, no solo está despistada del gigantesco patrimonio espiritual que encierran los valores éticos, sino que además ensalza valores profanos, valores encarnados en muchos casos por personas que no añaden realmente valor a lo que circula por sus manos, sino que activan su inteligencia cazadora para especular en nombre de hacer negocio, relegando y eclipsando otras capacidades más profundas del ser humano que merecen cultivo y atención.

Esta reflexión no juzga a las personas, cada ser humano, asesino o santo, es mucho más que ese personaje o conducta que expresa, en todo caso reflexiona y propone recordatorios que pueden resonar con la llamada apertura del corazón, propósito íntimo y sutil ante el que un número cada vez mayor de personas se encuentran preparadas.

Observo que como seres en evolución nos convendrá recuperar el valor de la humildad y devolverle la grandeza de alma y el nivel de “alta cultura” que su íntima vivencia conlleva. El propio Kant fue uno de los primeros filósofos que señaló una concepción de la humildad tan profunda que llegó a nombrarla como una “meta-actitud” y virtud central en la vida.

Tal vez nos preguntemos, ¿en qué sentido la humildad puede ser señalada como virtud central? Quizá la clave corresponda a Santa Teresa que definió la humildad como “andar en la verdad”. Y reconózcase que una vez llegados al profundo sentimiento de verdad y certeza, cosa escasa y sorprendente, pocas cosas quedan ya en la vida para seguir descubriendo.

En realidad, ¿cuántas veces nos hemos dejado poseer por la arrogante batalla de “tener la razón”?, una necesidad de nuestro ego dualista y limitado que tiende a brotar bélico en las relaciones emocionales, relaciones a menudo tan impregnadas de neurosis que bloquean la flexibilidad de mirar las cosas desde otras perspectivas menos egocéntricas. Al parecer, el conflicto se hace presente por no poder neutralizar esa hormona que nos catapulta a un reactivo luchar y dar portazos, para así evitar amenazas de abandono, culpa y vergüenza de quedar al descubierto en nuestras más recónditas sombras e internas miserias.

¿Qué papel puede jugar el reconocimiento y cultivo de la humildad en la paz familiar, profesional y social? Tal vez la paz en todo este tejido de relaciones comienza por ser encontrada dentro en uno mismo, y desde este estado, un estado con el tiempo se convierte en estadio, mantener un sólido arraigo en la ecuanimidad, compasión y no violencia. En realidad, el encontrar la tan anhelada paz, es una promesa que ha fundamentado variadas escuelas de conocimiento, religiones y múltiples caminos de autodescubrimiento y liberación, caminos que durante milenios han aportado una sensación de sentido existencial a quienes por ellos transitaban.

¿Qué puede hacer un ser humano ante la tensión y el conflicto con una parte de su familia, o con una parte de su ambiente laboral? Tal vez lo primero que convendrá será reconocer que la autoría del conflicto es de las dos partes, ya que dos no pelean si uno de los dos realmente no quiere. Y más tarde reconocer el temor a la propia vulnerabilidad, una vulnerabilidad de ese niño o niña interior, niño herido y vulnerable que habita en nuestro corazón, y al que protegemos con máscaras y murallas invisibles que blindan el corazón.

Si amamos el Amor, y como personas cotidianas queremos amar y ser amados, tendremos que abrirnos a la posibilidad de abrir nuestras viejas heridas, al tiempo que nos permitimos aflorar todo el racimo de viejos dolores embolsados que viven sepultados de nuestro mundo interior.

Habrá que descubrir que la verdadera fortaleza se basa en el reconocimiento de la propia vulnerabilidad, una realidad desde la que se escucha el canto de la humildad, un canto impregnado con aroma a verdad y que de pronto aparece en nuestro pecho como luz brillante en noche oscura.

¿La humildad como camino al corazón?

El olvido de nuestra esencia




El hecho de darnos cuenta de que reaccionamos desde la inconsciencia y de que nuestras "conductas, pensamientos o emociones no deseadas" responden a patrones aprendidos devine en una mayor creatividad e integridad de la persona
En este sentido toda terapia comienza cuando la persona decide poner fin a su sufrimiento y pide ser acompañado. Comienza así un camino de autoobservación sostenida y atención plena que dirige la mirada hacia lo que ocurre en nuestro interior como generador de realidad desenfocándola así de todo lo que ocurre fuera.
Proceso que nos hace devenir cada vez más conscientes y por lo tanto nos acerca paulatinamente a lo que verdaderamente somos, más allá de condicionamientos sociales, personales o del ego etc.…
Cuando una persona entra en crisis, o presenta cualquier tipo de desbordamiento emocional sólo responde a su propio olvido de quién es realmente. Confunde quién es con su personaje.
A través de la Terapia transpersonal el terapeuta educa, en el sentido amplio de la palabra, acompañando hacia un modo de vida consciente.

“El camino de la libertad consiste en desviar el énfasis de la persona superficial y variable, al testigo interior y siempre presente “
Nisargadatta
¿Y qué significa vivir de forma plena y consciente?
Nuestra esencia tiene su origen en la Unidad. En el estado de conexión, nuestra consciencia se identifica con nuestra esencia, pero al encarnarnos comienza la separación de la Unidad y caemos en el mundo de la dualidad. En la caída se produce la separación de la Unidad y la desconexión interior, olvidando lo que realmente somos. La separación da lugar a la formación del carácter o personalidad, creándonos una imagen ficticia e ilusoria de nosotros mismos; negando nuestra esencia caemos en la vanidad y el orgullo. La consciencia se identifica, entonces, con la personalidad, en lugar de identificarse con la esencia.
Se trata de emprender un viaje hacia el sí mismo y su encuentro para ello cualquier buscador deberá tener una serie de cualidades que son, entre otras: un anhelo sincero de transformación, fuerza de voluntad, perseverancia, disciplina y paciencia; pues sólo así es propicio emprender el viaje y lograr los tesoros que moran ocultos en nuestro corazón.
La terapia transpersonal logra ponernos en contacto con esta identidad esencial olvidada por la inconsciencia y la ignorancia, recordar esto es lo que realmente sana, logrando una expansión de conciencia y un desarrollo personal
No sólo acompañamos a nuestros pacientes en ese periplo sino que además trabajamos por nuestra propio devenir consciente en cada paso que damos, recordando siempre que realmente no somos buscadores, aunque el camino de la búsqueda nos haya llevado hasta donde estemos, sino los buscados. Nada ocurre por azar, de hecho es sólo el nombre que damos a una ley aún no conocida, todo tiene un fin que no alcanzamos a comprender.
En una primera etapa de la terapia acompañamos a la persona en su conocimiento de su propia identidad ego a la vez que profundizamos en el nuestro propio. Lo entrenamos en la autoobservación de todos los matices posibles de su propio conflicto. Se trata de que se dé cuenta de sus propios patrones mentales y emocionales y que estos causan su inquietud y sufrimiento. A partir de lo cual la persona comienza a desplegar toda su creatividad y potencial.

“Lo que más nos irrita de los demás es aquello que puede conducirnos a un mejor entendimiento de nosotros mismos”.
Carl Jung
En una segunda etapa la persona ya familiarizada con sus procesos aprende a nombrar su partes internas y está en situación de recrear nuevos patrones de pensamiento, es decir comienzan a conectarse con sus verdaderas necesidades y ser capaz de tomar decisiones desde el sí mismo más profundo. Ya puede elegir con total consciencia.

“La esclavitud es la identificación del que ve con los instrumentos de la visión.”
Patanjali
En una etapa más avanzada nos centraremos en que la persona camine hacia su verdadera esencia, este paso constituye el punto culminante de esta terapia donde se construye el puente que unirá, integrando, al ego y la identidad esencial. La persona se reconoce como Ser Espiritual que se manifiesta en la conciencia testigo.

“Recuerda: Tú, en realidad, no eres la charla que oyes dentro de tu cabeza, eres el ser que atestigua esa charla.”
Bill Harvey
Desde este nivel, la persona puede ser consciente de cuál es el propósito de su vida, desaparecen los errores y sólo quedan experiencias no casuales de aprendizaje que lo encaminan hacia el despertar de la conciencia.
La persona ha aprendido tras su educación a:
·        Examinar y observar su modelo mental.
·        Afrontar sus problemas con la menor perturbación posible incluso sin ella
·        Responsabilizarse de sus propios proceso y vida: los otros dejan de ser los culpables.
·        Entiende el verdadero valor de la independencia emocional sin que ello suponga que su capacidad amatoria merme.
·        Es capaz de convertir su problema en una oportunidad de crecimiento y auto-consciencia.
·        Incrementa su capacidad de ser feliz y su horizontes ya que la clave no está ya fuera sino depende de él mismo.
·        Es capaz de reconocer no sólo sus ideas irracionales sino su propia sombra, aceptándola e integrándola.
·        Comprende la impermanencia de su propio discurso mental y de la vida misma.

- "Amigo sabio ¿sentías momentos de tristeza y desánimo antes de alcanzar la iluminación?
- Sí, a menudo.
- Y ahora, después de alcanzar la iluminación ¿Sigues viviendo momentos de tristeza y desánimo?
- Sí, también, pero ahora no me importa".
En qué sentido apuntan las herramientas que un terapeuta transpersonal ofrece a sus pacientes; al trabajo consciente y perseverante en los siguientes niveles de la vida de esa persona:
·        Física: Ejercicio físico, alimentación sana y consciente.
·        Emocional: Gestión de una red social, relaciones conscientes, ejercicios de respiración.
·        Mental: Reflexión, estudio, actualización de capacidades.
·        Espiritual: Trabajo en la expansión de consciencia y el desarrollo del propio "darse cuenta": Meditación ZEN, Yoga o Tai Chi, atención sostenida, vocación de servicio.
Serán necesario entrenarlo según las etapas en diferentes técnicas como:
·        Respiración consciente.
·        Estados de relajación profunda en los que se accede a áreas mentales que saben "lo que está pasando".
·        Ejercicios de "regresión" hacia etapas anteriores en búsqueda de raíces y causas de patrones conductuales no deseados.
·        Ejercicios de identificación con el Testigo interior.
·        Observación y análisis de los procesos cognitivos de cada miedo.
·        La práctica de la meditación ZEN.
Y otras muchas técnicas que entrenan al sujeto a distanciarse de sus contenidos mentales y movilizar el enfoque de la atención hacia áreas cognitivas deseables.

Soraya Founty : Extraido de mi tesis  La alquimia del alma : educar nuestra voz interna
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La entropía, esa gran desconocida

 

 Me atrevería a afirmar que la entropía es el concepto más extraño de toda la física clásica. Sí, ya sé que las leyes de la física cuántica lo dejan a uno perplejo y que la teoría de la relatividad marea, pero lo que tiene de peculiar la entropía es que se inventó en el siglo XIX, en una época y un contexto en el que la física intentaba entender los motores térmicos. ¿Cómo pudo un concepto tan esotérico surgir de unas aplicaciones de índole tan práctica? No voy a responder a esta pregunta porque me llevaría muy lejos y me tendría que poner pedante y escribir ecuaciones. Lo que importa es que Rudolf Clausius, en 1850, inventa una cantidad a la que llama “entropía” (palabra tomada del griego cuyo significado está relacionado con transformación) para satisfacer ciertos requerimientos matemáticos de la termodinámica, con unas propiedades bastante atípicas para ser una cantidad física. Entre ellas, la más llamativa es que se trata de una cantidad que no decrece en ningún proceso físico, y que por lo general crece, dando lugar a procesos que reciben el nombre de irreversibles, porque no se pueden deshacer (no es posible volver al estado de entropía anterior, dado que ésta no puede decrecer).
Si tenemos un gas en la mitad izquierda de un recipiente dividido en dos por una pared y de pronto quitamos la pared, observaremos cómo el gas se expande hasta ocupar todo el volumen. El proceso contrario jamás se observa. Si echamos una gota de tinta en agua observamos cómo ésta se difunde hasta que toda el agua se vuelve de color uniforme. Lo que jamás veremos es que las partículas de tinta se reúnan de nuevo en una gota separada del agua. Si se nos cae un jarrón lo veremos romperse. Si metemos los trozos en una bolsa y la sacudimos con la esperanza de que se reconstituya el jarrón, lo llevamos crudo. Todo esto son procesos irreversibles, y de ellos hay miles en nuestra vida cotidiana. Son tan habituales como respirar (por cierto, otro proceso irreversible). Y en todos ellos la entropía aumenta. Para añadir más misterio al asunto, la flecha del tiempo parece estar ligada a la existencia de estos procesos, al punto de que podemos ser capaces de saber si una película está proyectándose al revés sin más que observar alguno de estos sucesos imposibles (porque conllevarían una disminución de entropía).
Aunque la física convivió con ella durante medio siglo, la entropía colisionó con la teoría atómica y sumió a la ciencia en una profunda paradoja: si el última instancia todo está compuesto de átomos, y si los átomos siguen las leyes reversibles de la mecánica de Newton, ¿cómo es posible que puedan existir procesos irreversibles? ¿Y dónde está esa entropía de la que los átomos parecen carecer? La resolución de este problema se debe a Ludwig Boltzmann, que hizo dos cosas: produjo uno de los mayores avances de la física, permitiendo explicar la conexión entre el micromundo (el mundo de los átomos y las moléculas) y el macromundo (el mundo que percibimos), y acabó con el misterio de la entropía.
Para intentar explicar el concepto recurriré a un modelo de juguete. Imaginemos un sistema formado por unas partículas (no importa qué son las partículas) que solo pueden adoptar dos estados: amarillo y azul. El sistema tiene una dinámica (sin dinámica no tiene sentido hablar de entropía) extremadamente sencilla. En cada paso de tiempo, una partícula al azar cambia de color: si era amarilla ahora es azul y viceversa. Pero vamos a añadir dos ingredientes clave a nuestro modelo: vamos a suponer que las partículas son microscópicas y que nuestro sistema macroscópico está formado por una cantidad enorme de ellas, y vamos a suponer que no podemos observar el estado de las partículas individuales, sino solo el color global del sistema. Como la mezcla de azul y amarillo da verde, observaremos un color que irá del azul a amarillo pasando por toda la gama de verdes.
Para ilustrar el asunto he hecho una animación del sistema. En un cuadrado 40×40 he puesto 1600 de tales partículas y he procedido a cambiarles el color de acuerdo a la dinámica que acabo de describir. Partiendo de una configuración en que todas las partículas son amarillas, la animación muestra cómo su color va cambiando al azar, de manera que algunas van volviéndose azules. Encima del cuadro un contador indica el paso temporal, y debajo aparece la fracción de cuadros que son amarillos. En realidad 1600 partículas son muy pocas; tenemos que imaginar muchísimas más. En sistemas físicos hay del orden de un billón de billones de partículas, un número astronómico (de hecho, del orden del número de estrellas que habría en… ¡cien universos como el nuestro!). Con ese número de partículas sólo veríamos un cuadrado de color uniforme, y el tono de verde nos indicaría la proporción de los dos tipos de partículas. Para ilustrarlo, he puesto a la derecha de la animación un cuadrado cuyo color se va ajustando a la proporción de partículas amarillas y azules del sistema. [Ver animación.]
Lo que se ve es bastante esperable: como al principio casi todas las partículas son amarillas, lo que vemos son cambios de amarillo a azul; a medida que el número de partículas azules aumenta, aumenta también la probabilidad de que una azul se convierta en amarilla. La situación se equilibra, lógicamente, cuando la proporción de ambas es aproximadamente la misma. Y en efecto, el cuadro de la derecha muestra un color amarillo uniforme que gradualmente se va poniendo verde hasta estabilizarse en el tono de verde puro (la mezcla perfecta de amarillo y azul). ¿Es concebible esperar que el cuadrado verde se vuelva gradualmente amarillo o azul? No, podría fluctuar en torno al tono de verde perfecto (en la imagen ni siquiera se aprecia la fluctuación), pero ni en un millón de años veríamos reaparecer el amarillo. Tenemos ante nuestras narices un proceso irreversible.
Y ahora analicemos: ¿la dinámica que hemos impuesto es irreversible? No. La probabilidad de que en un paso de tiempo elijamos la partícula x para cambiarla de color es de 1 en 1600, que es exactamente la misma probabilidad de que en el siguiente paso volvamos a elegir esa misma partícula para volverla a su color inicial. Así que la probabilidad de producir un cambio determinado en el sistema es exactamente la misma que la de revertirlo en el paso siguiente. Entonces, si la dinámica es reversible, ¿por qué observamos un proceso irreversible? Antes de contestar a esta pregunta hagámonos la siguiente reflexión: si la configuración inicial, en lugar de todas las partículas amarillas, tuviera más o menos la mitad amarillas y la mitad azules al azar, ¿creéis que en la evolución siguiente volveríamos a ver alguna vez exactamente esa misma configuración inicial, con exactamente las mismas partículas amarillas y azules en exactamente las mismas posiciones?
Si habéis respondido un categórico NO, entonces ya estamos en el buen camino. Porque esa es la clave de todo. Lo único que hace distinta la condición inicial de todas las partículas amarillas de esta otra es que su aspecto “macroscópico” (su color, para que nos entendamos) es distinto. Por eso nos parecen dos condiciones iniciales muy diferentes, cuando en términos de probabilidad son exactamente equiprobables (cualquier configuración concreta de partículas tiene la misma probabilidad de aparecer en la dinámica; muy pequeña, por cierto). Pero en la variable macroscópica esa probabilidad uniforme deja de serlo. Porque tan sólo hay una configuración en que todas las partículas sean amarillas, pero ya hay 1600 configuraciones en las que una partícula es azul y todas las demás amarillas. Y hay 1.279.200 configuraciones que tienen dos partículas azules y el resto amarillas… El número se dispara hasta llegar más o menos a la mitad de cada tipo, y luego vuelve a disminuir cuando las azules superan las amarillas, hasta volver a llegar a una sola configuración con todas las partículas azules. En la siguiente figura represento el número de configuraciones distintas con un número dado de partículas azules, para tres tamaños de sistema: 100, 400 y 1000 partículas. Obsérvese las gigantescas cifras que aparecen en la escala vertical, y eso que estos sistemas son diminutos comparados con los

 sistemas físicos.



Esta figura encierra la clave de todo el “misterio” de la entropía. Se unen tres cosas:
  1. Lo que observamos son estados macroscópicos (el color global del sistema), no estados microscópicos (la configuración concreta de colores de las partículas).
  2. Aunque la dinámica es reversible y todo estado estado microscópico tiene la misma probabilidad de ser visitado, los estados macroscópicos, como muestra la gráfica, están formados por números muy distintos de configuraciones diferentes y tienen, por tanto, distinta probabilidad de ser observados. Como puede apreciarse, el que llamaríamos estado de “equilibrio” o “estacionario” o “típico” es el más probable de todos.
  3. La diferencia entre la probabilidad de observar los estados más probables y los menos probables es más desproporcionada cuanto mayor es el sistema. La desproporción es brutal si hablamos de sistemas físicos (con billones de billones de partículas). Eso hace que observar estados improbables sea, en la práctica, imposible.
Ahí está todo: el origen de la entropía y de la irreversibilidad. No se trata de que hay una ley oscura y esotérica que empuja al universo en una dirección concreta, se trata, simple y llanamente, de que vemos aquello que es probable ver, y no vemos lo que es improbable ver. Porque además, lo que vemos son estados agregados, colectivos, macroscópicos que, a diferencia de los microscópicos, tienen muy distinta probabilidad de aparecer. Y en el mundo real, la diferencia entre probable e improbable se traduce en posible frente a imposible. En esta visión, un proceso irreversible no es más que el viaje desde un estado macroscópico improbable (que hemos construido ad hoc) al estado más probable.
Fue Boltzmann el que primero se dio cuenta de esto, y su gran hallazgo se resume en una de esas sencillas pero profundas ecuaciones: S = k log W. S es la letra que en física se usa para denotar la entropía. Dejando de lado la constante k (denominada “constante de Boltzmann” en honor a su descubridor), que sólo tiene como misión asignar las unidades correctas a la entropía termodinámica, e ignorando el logaritmo (un tecnicismo en el que no voy a entrar), la letra clave es W, una letra con la que Boltzmann denotó el número de estados microscópicos, inobservables, que corresponden a un mismo estado macroscópico, observable. Ahí está la conexión entre el microcosmos y el macrocosmos, entre el mundo atómico y nuestro mundo, el origen de fuerzas extrañas como la presión de los gases o la elasticidad de las gomas, de fenómenos sorprendentes como la cristalización de los minerales, la ebullición del agua, la inmiscibilidad del agua y el aceite… Porque de facto la entropía es una fuerza: es la fuerza de los sistemas por comportarse de la forma más probable. Es una fuerza porque para disminuir la entropía tenemos que consumir energía, porque no queda otro remedio para ello que confinar al sistema en regiones de baja probabilidad, algo que el sistema, lógicamente, se resiste a hacer de forma espontánea. Por eso es tan difícil enfriar (enfriar no es más que disminuir entropía). En fin, podría citar miles de ejemplos, a cual más llamativo, del efecto que la entropía tiene en nuestras vidas, pero ya me ha salido demasiado largo el artículo. Quédese, pues, para una futura contribución.
Nota: alguna idea de este post está tomada de este libro, donde se puede leer en profundidad sobre este tema.