¡No te defraudes a ti mismo!


Algunos de ustedes me han pedido que escriba un poco sobre el dinero.

He aquí un simple recordatorio: No te defraudes a ti mismo, amigo. En lugar de centrar tu valiosa energía en el pensamiento ‘No me puedo dar el lujo’, o ‘No tengo el suficiente dinero’, recuerda que tu verdadero camino es interno, sé consciente de que tu situación presente en la vida contiene una gran inteligencia, y utilízala (¡en lugar de permitirte ser utilizado por ella!) para comenzar a hacerte preguntas mucho más profundas acerca de la intención:

- ¿Qué tan comprometido me siento con este camino, independientemente de si puedo ‘darme el lujo’ de algo o no?
- ¿Qué tanto quiero realmente aquello que creo querer?
- ¿Qué tanto significa para mí el ‘obtener’ eso que quiero?
- ¿Qué tan profundamente confío en la abundancia de la vida, en las posibilidades que se abren para mí conforme avanzo en mi camino?
- ¿Puedo dejar de comparar mi estado de cuenta bancario, mi abundancia, mi suerte, mi éxito con el de los demás? ¿Soy capaz de dejar de hacer cualquier tipo de comparación?
- ¿Puedo dejar de enfocarme en todo aquello que no tengo, en cuánto debería tener, en cuánto solía tener en el pasado, en cuánto tienen los demás, y enfocarme en lo que tengo, incluso si la mente juzga que es ‘demasiado poco’ en este momento?
- ¿Puedo estar en paz en este momento, independientemente de si logro o no lo que creo querer? ¿Puedo incluso enamorarme del sabor de ‘aún no lo he logrado? ¿Puedo aprender a amar mi recorrido? ¿Podría descansar sin importar el ‘resultado’?
- Desde un sitio de paz y confianza, y de conexión con lo que estoy viviendo en este momento, y apreciando todo lo que tengo, ¿podría encontrar formas más creativas de moverme hacia el futuro?
- ¿Podría dejar de centrarme en cuánto obtengo o dejo de obtener de la vida, y centrarme mucho más en la simple alegría de dar?

Hay tanta creatividad aquí, amigo, tantas posibilidades con las que podemos jugar, que en el momento en que retiramos nuestra atención de la escasez (porque la escasez sólo genera escasez), y recordamos la completud que somos en este momento, la gratitud que sentimos por la existencia misma, y lo abiertos que estamos para recibir los regalos inesperados que tiene la vida para nosotros, el cambio se hace posible, ya sea que se haga evidente o no.

¡No te defraudes a ti mismo poniendo de pretexto el cambio! ¡No utilices la presencia o la ausencia del dinero como una excusa para olvidar tu verdadero llamado! El cambio que llevas en tu bolsillo siempre estará cambiando (con mucha rapidez la riqueza se puede convertir en pobreza, y viceversa), sin embargo, utiliza tu cambio en constante cambio para recordar Eso que nunca cambia: la Presencia.

La verdadera pobreza es no saber lo que eres, es sentirte pobre aunque tengas cambio en tus bolsillos, es utilizar el dinero como una excusa para desconectarte del amor y de la vida.

La verdadera riqueza es apreciar con profundidad cada momento, sentirte rico en espíritu, en la risa y en tu conexión con todo, recorriendo sin miedo tu propio camino, abriéndote a la vida, sin importar cuánto cambio tengas de sobra.

Jeff Foster

Cambiar yo para que cambie el mundo


El sufí Bayazid dice acerca de sí mismo: De joven yo era un revolucionario y mi oración consistía en decir a Dios: “Señor, dame fuerzas para cambiar el mundo”.

A medida que fui haciéndome adulto y caí en la cuenta de que me había pasado media vida sin haber logrado cambiar a una sola alma, transformé mi oración y comencé a decir: “Señor, dame la gracia de transformar a cuantos entran en contacto conmigo. Aunque sólo sea a mi familia y a mis amigos. Con eso me doy por satisfecho”.

Ahora, que soy un viejo y tengo los días contados, he empezado a comprender lo estúpido que yo he sido. Mi única oración es la siguiente: “Señor, dame la gracia de cambiarme a mí mismo”.

Si yo hubiera orado de este modo desde el principio, no habría malgastado mi vida.

Todo el mundo piensa en cambiar a la humanidad. Casi nadie piensa en cambiarse a sí mismo.


Este cuento está incluido en el libro “El canto del pájaro” de Anthony de Mello.



¿VIVIR SIN EGO?



"Jamás he defendido la "tesis" de que se pueda vivir sin ego. Por el contrario, estimo que vivir sin ego es tan imposible como vivir sin hígado o sin pulmones. Lo que uno, siguiendo la tradición mística de Oriente, tiene escrito es que se puede, y se debe, vivir sin identificarse en exclusiva con el ego. Quiere decirse que un místico no es un ser humano sin ego, es decir, sin pasiones o sin convicciones, sino -lo cual es muy distinto- alguien que, sin perder el ego, es capaz de trascenderlo. La ausencia de ego no sería tanto sabiduría como psicosis. Al que quiera convertirse en un "sabio sin ego" con ánimo de satisfacer unas fantasiosas expectativas de "santidad" o de "espiritualidad" (feas palabras), conviene aclararle las cosas. Citaré a un autor que algo entiende de estas materias, el norteamericano Ken Wilber. Escribe Wilber: "Se tiene la curiosa idea de que los sabios (místicos), no tienen necesidades ni deseos carnales y se pasan la vida sonriendo, como si estuvieran muertos de cuello para abajo". Y añade: "Se me antoja lamentable que se crea que los sabios no tienen problemas con las cosas que conciernen a todo el mundo, cosas como el dinero, la comida, el sexo, etcétera; como si los sabios permanecieran por encima de todo y sólo fueran cabezas habladoras, y, en fin, como si la mística no sirviera tanto para vivir la vida con plenitud como para reprimirla".

Wilber pone el dedo en la llaga. Es un desatino considerar que el sabio/místico es "menos que una persona", alguien que carece de todas las contradicciones de la vida, en suma, alguien "sin ego". Lo relevante -insisto- no está en carecer de ego, sino en no identificarse exclusivamente con el ego, es decir, en saber ampliar el espectro de la conciencia y prolongarse hacia la totalidad. La mayoría de los grandes sabios/místicos de la historia no fueron precisamente personajes pusilánimes que reprimieran sus emociones. Llegado el caso, no vacilaban en expulsar a los mercaderes del templo. No sólo tenían ego, sino que lo tenían muy fuerte. Tan fuerte que al final lo trascendían. Lo tengo escrito en Cuaderno amarillo: "El camino hacia la liberación presupone un ego fuerte, presupone la autoestima, la confianza en uno mismo, el vigor de las propias convicciones (las que fueren). Quien quiera trascender el ego partiendo de un ego débil o enfermizo, sólo conseguirá incrementar sus neurosis o sus delirios".

Ahora bien, más allá del ego está lo que los hindúes llaman el Testigo, es decir, el margen de libertad que contempla "desde fuera" la película de la vida. Este Testigo es lo que los budistas denominan Vacío. Este Testigo no anula el ego ni las servidumbres del ego. Este Testigo es el que ve el ego, pero sin identificarse con él. Le preguntaron a alguien sobre los efectos de la meditación. "Antes de practicar la meditación -respondió- estaba yo muy deprimido". ¿Y ahora? "Ahora sigo igual de deprimido, pero no me importa". Dicho de otro modo, uno ve su propio ego como quien ve sus propias piernas. Pero hay más: no se asciende a la posición de Testigo desde el deseo de liberarse del ego. Como dijera Chuang Tzu hace mucho tiempo: "¿No es acaso el deseo de liberarse del ego una manifestación del ego?". Ello es que el Testigo se encuentra ya presente en cualquier estado de conciencia; sólo se trata de reconocerlo. Y en eso, sólo en eso, consiste la meditación. El Testigo es lo que los chinos llamaban Tao, la espontaneidad pura que lo es todo sin identificarse con nada. El Testigo no es ninguna experiencia, sino el margen que hace posible la experiencia.

En resolución. Todos hemos oído hablar de maestros más o menos iluminados que a pesar de ello tienen grandes egos en el sentido de que son personalidades fuertes y poderosas. Pero la presencia del ego no es un problema; todo depende de si la persona también está abierta a sus dimensiones más profundas; todo depende de que nuestra sensación de identidad se expanda más allá del ego, aunque sin anular a éste. No se trata de vivir sin ego, sino de trascenderlo. Y ésta es, por cierto, la única salida al absurdo de la muerte. Porque, finalmente, el ego sólo es funcional. Finalmente, el ego importa poco.

(Salvador Paniker - Filósofo)