Sabiduría Védica:Las Cinco Relaciones



Las relaciones tienen grados de intimidad y consagración, cuyo esquema general se presenta a continuación, a partir de lo constatado en la experiencia y el estudio de los Vedas.

Las relaciones se determinan según su naturaleza, es decir: neutral, positiva y la que se establece a través del deseo de servir.


La primera es la relación neutral, el Amor Universal o la inclinación a servir a los demás. El Amor Universal es positivo, amplio, pero, al mismo tiempo, carente de definición. En el mundo no basta con decir: yo te quiero, yo te aprecio; también hay que estar dispuestos a hacer algo, como bien lo señalan las expresiones populares: para servirte, a la orden, con mucho gusto. Esto en sí no tiene mucha profundidad, pero es necesario hacer algún servicio para que alguien más se sienta cómodo y manifieste agrado. Si expresamos a nuestro visitante: siéntete como en tu casa, esto no es tomado en forma literal por nadie, pero sí como un gesto de amabilidad.

La segunda relación se denomina servicio, y se aprecia cuando alguien sirve a otra persona con la idea de agradarla, sin ningún cálculo o motivación comercial. A su vez, la actitud de servidumbre amable se aprecia de una manera más intensa, dando paso a la tercera relación, cuando se realiza determinada actividad no como un simple servicio, sino movida por un compromiso de corazón que no se conforma con lo mínimo, sino al complacer a determinada persona y contribuir para cubrir sus necesidades. Este tipo de afinidad se denomina amistad. Algo muy hermoso e íntimo.

La cuarta relación es el parentesco de los padres con sus hijos. El sacrificio de las madres por sus hijos, por ejemplo, es continuo. Casi que durante toda su vida, ellas se sacrifican en esta relación. Cuando a los hijos les va mal, las madres se desesperan y hacen cualquier tipo de esfuerzo para que les mejore la situación. Según el reconocido maestro espiritual Srila Prabhupâda, el amor de una madre por su hijo es el más puro que se presencia en el mundo material. Esta relación es más intensa que la amistad.

Aunque el amor que sienten los padres por sus hijos es muy grande, existe un amor que es incluso más fuerte. Hablamos de la relación conyugal, la quinta relación. Una persona por lo general es concebida y formada en el núcleo de una familia. Pero al momento de contraer matrimonio, el individuo une su vida a la de su pareja, formando un nuevo hogar. Tan intensa e íntima es la relación entre cónyuges, que incluso las demás pasan a un segundo plano, incluyendo la relación con los padres. La vida conyugal implica la afirmación de una nueva familia, y la concepción de hijos que harán que continúe la humanidad.

No obstante, vemos que muchas familias pasan por situaciones muy problemáticas, debido a la negligencia en los compromisos adquiridos. Para corregir esto, la vida de todo matrimonio debe ser espiritualizada, es decir: Dios debe estar en el centro del hogar, para que se cumplan a cabalidad los compromisos de la relación de pareja.

Estas cinco relaciones principales entre los seres humanos —en donde cada una es más intensa que la anterior—, existen de forma original y eterna con características divinas. Se trata de las relaciones que como seres humanos podemos entablar con Dios, quien es el origen de todos los rasas.

El Amor Universal se manifiesta cuando hay un agradecimiento pleno a Dios, lo cual indica que el ser quiere estar a su disposición. Este es el inicio de la vida espiritual. Cuando se entiende que todo se conecta a Dios y pertenece a Él, y se lo ve en todas partes, percibiendo su Voluntad en todo, hablamos de santa rasa. Krishna, Dios mismo, dice en el Baghavad-gita,hablando de la omnipresencia y omnisciencia suyas:

sarvasya caham hridi sannivisto
mattah smritir jñnam apohanam cha
vedais ca sarvair aham eva vedyo
vedanta-krid veda-vid eva chaham


“Yo me encuentro en el corazón de todos, y de Mí proceden el recuerdo, el conocimiento y el olvido. Es a Mí a quien hay que conocer a través de todos los Vedas. En verdad, Yo soy el compilador de El Vedanta y el conocedor de los Vedas” (15, 15). Aquí Krishna se presenta de una forma hermosa como el Señor Supremo.

Cuando el servicio del devoto está explícitamente dirigido al Señor, la persona pasa de santa rasa o Amor Universal a dasya rasa. Aquí se establece el interés por servir al Señor y surge la necesidad de buscar un Maestro Espiritual que nos enseñe a hacerlo, ya que es muy difícil llegar a comprender por cuenta propia qué es exactamente lo que quiere Dios. Por ello, se debe orar a Dios y pedirle que nos envíe a alguien que pueda iluminarnos y darnos refugio, alguien en quien podamos confiar. Así es como la conciencia llega a un nuevo nivel. Con el dasya rasa comienza el servicio, es decir: con la guía del Maestro Espiritual nos volvemos servidores de Dios en el altar o deidad, de los devotos y la humanidad. Algo sin duda maravilloso.

Para que realmente satisfaga el alma, dasya rasa debe entenderse como un tipo de servicio desinteresado, ininterrumpido e inmotivado. Si alguien se acerca a Dios para hacer un negocio con Él (yo hago esto, y Tú me recompensas con aquellos beneficios materiales), tal mentalidad se denomina karma kanda; se trata de un negocio, mas no de una actitud devota. Ello no permite el despertar de nuestra relación con la divinidad. Cuando aún hay elementos diluyentes, como la idea de conseguir beneficios materiales o de especular sobre la relación con el Señor, se aprecia una tendencia adversa a la relación amorosa con Él, puesto que amor implica entrega. En cambio, el bhakti yoga, el servicio con devoción, es el camino que lleva a vincularse trascendental y amorosamente con Dios. Todo comienza cuando se acepta a un maestro espiritual para servirlo. El nos hablará de Dios, cantará sus glorias, lo recordará y nos enseñará a adorar a la deidad.

El servicio y la rendición al Señor tienen varios momentos. Cuando se despierta un sentimiento más intenso hacia Dios, más allá del simple querer servirle, hablamos de sakya rasa o la amistad con el Señor Supremo. Sakya rasa se caracteriza por el hecho de que el devoto no puede considerar un solo momento sin hacer lo que al Señor le gusta. Si se siente amor por el Señor, entonces se quieren hacer espontáneamente las cosas para Él. En el amor, el bienqueriente no se siente un servidor, sino naturalmente comprometido con alguien. Esto es lo que caracteriza la amistad. En sakya rasa surgen preocupaciones espontáneas en torno a las cosas del Señor; además, se tiene la conciencia de que las cosas que considero propias son Sus cosas, las cuales cuido con esmero.

Al empezar a vivir absortos en el Señor, el apego hacia Él aumenta y simultáneamente disminuyen los apegos y delirios materiales, las lamentaciones y la conciencia mundana. En el momento en que el amor espiritual comienza a llenar la existencia, el devoto es aliviado de todo lo que lo mantenía condicionado en el mundo material.

Como es de notar, las relaciones con Dios se intensifican y son plenas. Ahora, cuando Krishna aparece en el mundo, le da personalmente a algunas almas la oportunidad de ser sus padres. Vatsalya rasa refiere este tipo de parentesco con el Señor. Tal sentimiento es experimentado únicamente por grandes devotos, preocupados por la protección del Señor. En esta relación, las grandes personalidades, como la madre Yasoda o Devaki, ven al Señor como su hijo.

Cuando el devoto tiene la certeza de que Krishna lo es todo, se dedica a servirlo y ve a todos los demás devotos como a sus propios hijos. Entonces se desarrolla una relación paternal, que incluso se extiende al deseo de proteger al Señor en el templo. En el templo, los devotos hacen cosas amorosas, como cocinar para que el Señor no pase hambre o confeccionar ropa para vestirlo y abrigarlo. El despertar de un sentimiento trascendental así, deja ver que una misericordia especial está presente en la vida de la persona. Vatsalya Rasa se manifiesta únicamente entre los devotos que poseen un intenso sentimiento de responsabilidad por todo lo que está vinculado con Krishna.

Llegamos a la cima de las relaciones: Madhury rasa, la relación de amor conyugal con Dios. Enamorarse del Señor esta destinado para devotos muy avanzados, pues no es común o algo que se pueda alcanzar fácilmente. Sentir amor por el Señor prácticamente quiere decir que entre el corazón del devoto y los intereses del Señor nada puede interponerse, como la lujuria, la envidia, la codicia, etcétera. En presencia de dicho sentimiento el Señor invita a los devotos a bailar en Vrindavan, su Tierra de amor, el más elevado y eterno baile amoroso, glorificado en las Escrituras. Por su parte, los grandes maestros han dedicado extensos tratados a mostrar lo profundo y magnánimo que es esto, lo que puede ser alcanzado por todos nosotros a través de las oraciones. Debido a que es tan sublime el amor espiritual de las almas eternamente liberadas con el Señor, únicamente nos es posible conservarlo como un ideal, ante el cual nos inclinamos y ofrecemos adoración. El amor que se ofrece en el mundo muchas veces decepciona, por ello es preferible enamorarse de Dios sobre todas las cosas, pues es el único que nunca va a defraudar, el único que no decepciona. Esa es la importancia del amor espiritual.

Srimati Radharani es la consorte de Krishna, y quien goza del máximo grado de este amor. En nuestra escuela discipular, los maestros han dicho que debemos añorar servir a Srimati Radharani, porque ella sirve a Krishna de forma perfecta.

El ideal de perfección de un devoto consiste en ser aceptado en el séquito de Srimati Râdhârânî, quien sirve a Krishna. Prácticamente el madhurya rasa es nuestra escuela, la meta secreta y hermosa que ha sido revelada por Srila Rupa Goswami, y glorificada por todos los acaryas o sabios de la corriente del Vaishnavismo. Los maestros espirituales han mostrado que ésa es la esencia de toda la búsqueda espiritual, y que Radha y Krishna y su mundo, Vrindavan, es el destino de cada alma. Ojalá todos podamos llegar allá; ojalá el Señor nos conceda la misericordia de servirlo y desarrollar la pureza del corazón, una cualificación indispensable para alcanzar el mundo de la pareja divina: el logro más especial por cumplir de toda existencia.

Para ser elevados a la posición de sirvientes de Dios, lo más importante es pedirle al Maestro Espiritual que nos ocupe en su servicio, ya que eso es tangible, inmediato. Servir al Maestro Espiritual es servir a los devotos, quienes nos recuerdan al Señor. En la compañía de los devotos se puede vivir de forma intensa el servicio a Krishna y cumplir tal servicio con responsabilidad. Estar con devotos es casi como habitar en el mundo espiritual, pues el Señor está presente en el Altar, en la meditación, en los alimentos que se le ofrecen, maha prasadam, y en la Sabiduría Védica que El nos entregó en las sagradas Escrituras.

Las Escrituras Védicas versan sobre el vegetarianismo, la reencarnación, la ley de karma (que invita a cultivar la responsabilidad), el alma, las fuerzas infinitas del Señor Supremo. Pero como el mensaje de la Sabiduría Védicallega a través de los maestros espirituales, al ser humano sólo le queda rendirse a su voluntad. Ello debe constituir una tarea diaria, continua, que proporcionará felicidad. Por el contrario, cuando se es negligente con el servicio al maestro, primando en la vida las cosas mundanas, aparecen los vacíos, la lejanía del servicio y la desdicha.

Para que las relaciones en el mundo se purifiquen, es necesario superar el egoísmo y entregarse a Dios. Así, la relación con los hijos debe orientarse de tal manera que ellos conozcan a Krishna; la relación entre esposos tiene que permitir que Krishna disfrute como centro del hogar. Los esposos deben servir al Señor y complementarse en el servicio. En la relación con los amigos, con quienes se comparta la misma causa, la misma meta, la idea es realizar conjuntamente cosas para el Señor.

En sentido general, la mejor manera de servir a las personas es recordarles a Dios y ofrecerles prasadam, haciendo cualquier cosa que los pueda elevar y sacar de la ignorancia o de situaciones desagradables. Se sirve a Dios al servir a los demás. Amar a Dios implica amar su Creación. Es necesario amar a todas las entidades vivientes para no cometer más errores asociados con el egoísmo; así mismo, es vital estar pendientes de Dios y corresponder las relaciones amorosas y los compromisos.

Todo tipo de ignorancia de los cuidados que comportan las relaciones, se puede corregir estudiando los libros de vaishnavas como Srila Prabhupada, al igual que la Sabiduría Védica, pues ella ilumina los aspectos de la vida.





Fuente: Colección Sabiduría Védica
Autor: Swami B.A. Paramadvaiti






"Inadecuación esencial: el estigma de sentirse diferente"

 
 
Se siente diferente. Se piensa diferente. ¿Se es diferente? Las personas que tienen un nivel de conciencia más desarrollado suelen no encajar en su entorno, padeciendo de un marcado sentimiento de inadecuación. Comprender la naturaleza del problema ayuda a que el individuo se acepte a sí mismo, se aprecie, y tienda a buscar pares de su misma condición.
Del otro lado del vidrio: La lucidez no reconocida como tal puede ser dolorosa.
¿A qué se refiere esta afirmación? Dicen las antiguas Tradiciones de Sabiduría (o, como le llamaba Huxley, la Filosofía Perenne) que cada ser humano está compuesto de una personalidad y una esencia. La esencia es aquello que éramos aún antes de nacer, y que seguiremos siendo aún después de morir: una porción de lo Sagrado, una parte del Todo. Esa esencia, para insertarse en el mundo de la materia, se reviste de una personalidad : un conjunto de hábitos, de aprendizajes, de mecanismos necesarios para interactuar con el entorno. Y dicen estas Tradiciones que lo que acontece en función de ello es que la esencia va quedando como dormida, aprisionada por esa identidad postiza, ahogada en su frescura inicial. El trabajo interno de todo ser humano es el de despertar a su ser dormido, reencontrarse con su real naturaleza esencial.
Pero hay algunas personas a quienes su esencia no se les duerme del todo: seres sensitivos, interiormente inquietos, que miran la realidad indagando su Sentido. Jamás se quedan con la percepción superficial de la vida, sino que preguntan, - se preguntan-, y, sin saber cómo, deben desarrollar destreza para navegar en sus propias aguas profundas. Pero, tal como Juan Salvador Gaviota se sentía recortado (¡y expulsado!) por su bandada, con frecuencia estos individuos no logran encajar en lo común. A veces, ya de niños o en la adolescencia hacen ingentes esfuerzos por ser "uno más". Sin embargo, no pueden: les resulta imposible renegar de su condición. Es como si una voz interna les requiriera Buscar, procurarse lucidez para hurguetear en lo más hondo de la existencia.
Hemos llamado a este conjunto de sentimientos y conductas el complejo de inadecuación esencial: se definiría como el sentimiento de la persona que, teniendo un nivel de conciencia más desarrollado que quienes lo rodean, no puede asumirlo como tal, sino que lo vive íntimamente como si esto fuera un defecto. Se siente inadecuado en donde todos parecen estar cómodos; se ve incomunicado en donde todos parecen comunicarse con códigos que no logra aprehender; se encuentra buscando los porqués profundos en donde todos transitan livianas superficialidades. Y padece su condición como si fuera un estigma, aunque secretamente puede que sepa que no tiene un defecto, sino un don: el de tener una visión más amplia, una conciencia más integral, en un mundo regido por las apariencias.
Cual si mirara la cotidianeidad a través de un vidrio, no consigue ingresar en los códigos de la mayoría de la gente, y padece de una ríspida soledad. Como el Demian de Herman Hesse, siente que no pertenecen al mundo de todos, y a su vez anhela pertenecer. No necesariamente a ese mundo: a algún mundo . Encontrar sus pares, sus compañeros de Bandada. Pero, ¿quiénes? ¿Dónde? De esas personas queremos hablarle. ¿De nosotros? ¿De Usted?
Los niveles de conciencia y la Inadecuación Esencial: Según las Tradiciones de Sabiduría, no todas las personas tenemos el mismo grado de conciencia. La Humanidad, en ese sentido, estaría constituida como una pirámide. La base de esa pirámide se conforma del grueso de la población: millones de personas cuyas vidas trascurren mecánicamente, sin grandes preguntas, sin búsqueda interna, sin sed de conocimiento. Numéricamente, son los más. En ese nivel básico de evolución, la conciencia de sí y de la realidad es escasa: se sigue el primigenio impulso vital de sobrevivir y perpetuar la especie y, con ello, las necesidades del ego aferrado a la materia. Y esto no depende exactamente del nivel sociocultural, sino de que evolutivamente aún no se ha desarrollado la capacidad de darse cuenta de cómo se es , y de cómo funciona objetivamente la Realidad. En Oriente, a este nivel de evolución primaria se lo metaforiza como "estar dormidos" bajo los múltiples velos de la ignorancia. Pero, como antes decíamos, hay seres cuya esencia no se ha adormecido con lo básico de la vida: personas que se preguntan para qué nacieron, que buscan, con mayor claridad o mayor confusión, cuál es el Sentido del nacer y del morir. Esos seres en proceso de Búsqueda se alinean ascendiendo a partir de la base, hacia la cúspide de la pirámide. Y cuanto más elevado es el nivel de conciencia, menor será la cantidad de individuos que estadísticamente se alineen en cada nivel, siendo ínfimo el número de personas que podrían contabilizarse en la cumbre, donde morarían las conciencias más esclarecidas.
Entre lo que sociológicamente podría llamarse "lo masivo", y el nivel de un Cristo o de un Buda (iluminación), existe, entonces, como una escalera por la que los individuos vamos ascendiendo a medida que evolucionamos . Podríamos graficarlo así:



Los sufis tienen un antiguo aforismo que dice: "Dichoso el que tiene un alma; dichoso el que no la tiene; pero llanto y dolor para aquél que la tenga en embrión". ¿A qué se refieren? A que en el extremo de menor conciencia, la inconciencia misma obra de protección respecto del dolor existencial: se está obnubilado, atento a lo trivial, sin grandes preguntas. Y en el extremo opuesto, de mayor conciencia, el dolor ha cesado pues se está en concordancia con la Respuesta. Cuando no se está ni del todo dormido ni del todo despierto, se está en una situación existencialmente difícil: aún se permanece atrapado por el plano inferior, pero ya hay una lucidez que nos permite ver nuestra propia mecanicidad y la del entorno. Esto conlleva sufrimiento, y también la sensación de falta de pertenencia, de inadecuación. Los sufis le llaman a esto "estar sentado entre dos sillas " (¡posición sumamente incómoda!).
A medida que se sube en esa pirámide evolutiva, el individuo va teniendo mayor conciencia de quién es, y de qué leyes rigen la Realidad. Pero quisiéramos señalar un punto de inflexión crítica (marcado en el gráfico por la línea horizontal roja): en la persona que se ubica allí, el centro de gravedad de su conciencia ya no está en el nivel de lo masivo, sino que "se ha despegado" de él; sin embargo, aún la claridad no es suficiente como para comprender por qué se percibe diferente, se piensa diferente, se siente diferente que la mayor parte de la gente. No se participa plenamente de los valores y necesidades del nivel de conciencia anterior, pero aún no se encuentra pertenencia respecto del nivel actual o del siguiente. Aquí es donde se experimenta inadecuación esencial de un modo agudo y doloroso.
Este fenómeno presenta al menos dos variables: puede ser que la persona haya nacido en ese nivel de conciencia, o bien que haya evolucionado hacia él a través de su experiencia de vida. Veamos cada una de estas variables.
El cisne avergonzado: Los viejos cuentos infantiles suelen contener claves cifradas que nos hablan simbólicamente de las realidades del alma. Uno de ellos es la conocida historia del "Patito Feo": un pichón de cisne que, por accidente, había sido incubado por una pata. Al nacer, como es lógico, se crió entonces entre sus hermanos patitos, sin saber que pertenecía a una especie diferente. Más grande que el resto, más oscuro comparado con sus hermanos, su percepción de sí mismo era la de alguien inadecuado y torpe, por más que se esforzara en no distinguirse del resto. Hasta que un día sus plumas grisáceas se fueron volviendo muy blancas, su cuello se estiró grácilmente, y, al ver su imagen en el espejo del lago, se dio cuenta de que era bello, bellísimo... Más armonioso y elegante que sus hermanos, que tanto se habían burlado de él.
Muchas personas que nacen con una conciencia desarrollada son sumamente rechazadas por su entorno: por un lado, porque suelen ser torpes en sus intentos de adaptarse (muy retraídos, hipersensibles, precozmente maduros, críticos, a veces incapaces de adecuarse a los códigos sociales de sus congéneres); por otro, porque con frecuencia son portadores de talentos que se destacan: valores éticos elevados, dotes artísticas, inteligencia notable, capacidad de cuestionamiento, criterio propio... Y esto despierta envidia en sus congéneres, envidia nacida de ver en él encarnadas las potencialidades que quizás ellos mismos no se atreven a expresar. La conjunción de estos rasgos suele ser fatal, sobre todo en la adolescencia y primera etapa de la juventud. En esta etapa será crucial que este tipo de persona pueda ser apoyada para aceptarse a sí misma tal cual es, considerarse valiosa y afirmarse en su verdadera identidad, sin renegar de ese "ser diferente".
No contar con ese apoyo de parte de adultos criteriosos que le ayuden a ver su condición de cisne, suele derivar con frecuencia en la constitución de una personalidad "mal armada" a partir de múltiples mecanismos de defensa, y luego requerirá mucho trabajo interno para desplegar sus peculiares talentos. A veces está pseudoadaptado al entorno; otras, es "la oveja negra" del grupo familiar o de los grupos a los que pertenece: cuestionador, rebelde, autodeterminado, disruptor de estructuras establecidas. Esa personalidad oscilará entre sentirse inferior al entorno, y autopercibirse distorsionadamente como alguien superior, desarrollando una arrogancia secreta sobre su "ser especial". Un delicado equilibrio que, sin embargo, es posible propiciar.
El despertar y la soledad: Pero no siempre la inadecuación esencial se presenta en las primeras etapas de la vida. La segunda posibilidad implica que el individuo descubra este sentimiento recién en su vida adulta: fue una persona eficazmente adaptada al entorno, sin grandes diferencias respecto de sus congéneres: creció como todos, pensó como todos, sintió como todos, consumió lo que todos. Pero, por alguna circunstancia externa o interna, en algún momento (más frecuentemente alrededor de la mitad de la vida ) su orden colapsó, entró en crisis, y comenzó a replantearse el para qué de su existencia.
Cuando esto acontece, es natural que, con mayor o menor lucidez, la persona comience un proceso de Búsqueda (libros, terapia, cursos...). Esta situación modifica su relación con los demás, sintiéndose probablemente aislada respecto de quienes le rodean, -y a quienes quizás anteriormente consideraba muy cercanos-: de pronto ya no comparte sus intereses, sus gustos, sus necesidades. Es más: sus propias inclinaciones actuales pueden resultarle a los demás incomprensibles y hasta cuestionables. Y una parte de lo que le sucede a quien vive este pasaje, es la angustia de ver a sus seres cercanos, a veces aún los más íntimos, inmersos en la confusión, en preocupaciones sin sentido, en banalidades que les hacen sufrir innecesariamente. Pero, en ese proceso aún no se sabe cómo integrar eso que se va percibiendo como el verdadero Sí-Mismo, cómo vincularse con eso. Hacerlo conllevaría un cambio fundamental en el modo en que se encara cada asunto de la propia vida.
Quien rasga ese velo de ignorancia, vivencia una intensa soledad, más allá de que se encuentre rodeado de familiares o amigos. Es justamente ante ellos que experimenta su propio sindrome de inadecuación esencial: ya no puede seguir siendo como era, pero no sabe ahora cómo ser. Siente la necesidad de pares que comprendan de qué se trata lo que está viviendo, pero no sabe cómo ni dónde encontrarlos. Inclusive puede ser que crea que está volviéndose loco, y muchas veces es posible que, efectivamente, necesite de ayuda terapéutica, pero no por estar enloqueciendo, sino para reorganizar su identidad con el menor costo de dolor posible.
La neurosis cruzada: Ir despertando no quiere decir que vayamos quedando exentos de neurosis: por el contrario, quienes están en contacto con su aspecto esencial (ya sea porque, como en el primer caso, nunca lo han perdido, o bien, como en el segundo, porque lo hayan redescubierto en algún punto de sus vidas) necesitan lidiar con muchos de los problemas internos de la mayoría de las personas, más las fricciones propias de quien tiene en sí mismo una dimensión psicológica vertical, además de la horizontalidad propia de todo individuo. Podría denominársele una neurosis cruzada, en la cual aparecen elementos personales no resueltos, mezclados con una fuerte espiritualidad que no logra canalizarse armónicamente.
Así, el terapeuta avezado deberá trabajar con diferentes aspectos específicos propios de este tipo de circunstancia psicológica: depresiones existenciales, tendencia a confundir las experiencias verdaderamente transpersonales o espirituales con lo imaginario, inclinación a eludir el compromiso con la vida, sentimientos de inferioridad (por la mencionada inadecuación) compensados neuróticamente por sentimientos de superioridad vinculados a su "ser especial", etc.
En ese sentido, un aspecto vital de quien aspira a desarrollar su identidad esencial es chequear su mundo interno con quienes puedan ser neutrales al respecto, y que tengan conocimientos como para hacerlo, a fin de evitar las confusiones propias de las personas complejas e interiormente ricas.
Los grupos de pertenencia, en ese sentido, pueden ser fundamentales para que la personalidad se reestructure de un modo sano y armónico. Pero, claro, las personas "raras" en el sentido en que lo venimos describiendo suelen experimentar fuertes dificultades para encontrar seres "de su misma especie". Vayamos a este punto...
La necesidad de encuentro: En el Budismo existe un concepto fundamental que es el de sangha: un grupo de personas comprometidas en su Búsqueda interna, que se vinculan entre sí para apoyarse y ayudarse mutuamente en la investigación de esos reinos. Es como si el básico instinto gregario tuviera una versión sutil, que hace que la persona sensitiva, esencial, tenga imperiosa necesidad de relacionarse con individuos afines. La tendencia masiva de pertenecer a algo más grande que uno, que lo abarque y lo proteja para sobrevivir (resabio atávico de la manada) se sutiliza como una necesidad vital de pertenencia a partir de la comunicación de esencia a esencia.
De hecho, muchas veces cuando ese tipo de comunicación acontece, no siempre está sostenida por una intensa conexión de personalidad a personalidad: puede ser que desconozcamos información básica sobre quién es el otro, cómo vive, a qué se dedica... Sin embargo, su mundo interno, que nos convida al compartir lo que siente, ejerce un efecto de resonancia sobre el nuestro, nos conmociona, y a su vez nos produce la necesidad grata de compartir lo que somos y sentimos. Este circuito resulta sumamente sinérgico , retroalimentándose las personas para generar mayor comprensión de quiénes son y de lo que experimentan.
Suele suceder también que el encuentro entre individuos con afinidad esencial esté rodeado de un sinnúmero de coincidencias significativas (sincronicidades), que resultan sumamente movilizantes para ambas partes, estimulando el compromiso respecto del trabajo sobre sí mismo que cada persona esté realizando (y a veces también generando confusiones y fantasías por la mala interpretación de esas "señales", no tan sencillas de decodificar).
Cuando se experimenta este encuentro entre personas internamente afines, lo que sucede es que, según el esquema del inicio, están en el mismo escalón evolutivo, pertenecen al mismo nivel de conciencia (o similar). Lo que se siente al vivenciar este tipo de comunicación es una profunda conmoción, una honda alegría, y una disminución del sentimiento de aislamiento y soledad.
A veces esa comunicación puede sostenerse en el tiempo, otras veces no. Esto va a depender de diversas variables, pero sobre todo de la sanidad interna de cada miembro del vínculo, que permita no establecer comportamientos neuróticos en la relación, o al menos, si éstos se instalan, advertirlos y trabajarlos individual y conjuntamente.
La autenticidad esencial: Cuando dos o más personas con intereses internos se encuentran, puede suceder el curioso hecho de que en lugar del usual sentimiento de inadecuación, experimenten, por el contrario, familiaridad, sintiéndose "como en casa": no hay nada que forzar, no hay nada que aparentar, ninguna imagen que vender ni que comprar. A veces se establece una rápida fluidez comunicacional, y hasta una peculiar intimidad que, para quien ha padecido el aislamiento sensitivo, se vuelve algo sumamente valioso: un ámbito donde expresarse tal cual se es, sin impostaciones, y donde conocer a otros que se abren bajo las mismas condiciones.
Nuestros tiempos actuales ofrecen el privilegio de crear entornos para este tipo de encuentros: grupos terapéuticos, espacios de reflexión, seminarios sobre temas que hacen al mundo interno... Si bien no todos estos ámbitos son lo que aspirarían a ser, muchos de ellos se vuelven propicios para el Encuentro (sobre todo si están coordinados por personas sensatas que tengan un verdadero trabajo sobre sí mismas).
Otra variable disponible son las actividades que proponen espacios de aprendizaje o de trabajo colectivo a través de internet: los grupos virtuales pueden proporcionar un contexto sumamente válido para el hallazgo recíproco de personas afines, ya sea que se conozcan luego personalmente o no. Nuestra experiencia con seminarios virtuales sobre temas que hacen al conocimiento de sí mismo nos ha mostrado un hecho curioso: la modalidad de aprendizaje a través de la web, cuando está desarrollada con calidez y respeto interpersonal, hace que muchas personas puedan volcar lo que sienten y lo que piensan con enorme autenticidad, tanto en los diálogos por chat como en los foros de debate sobre asuntos específicos. Y el fenómeno grupal que aquí se produce es que la apertura de uno invita a la apertura del resto, la sinceridad de uno abre la franqueza de todos. Y el medio virtual puede proporcionar un descenso de las defensas, y, con ello, de las estrategias habituales de lo más externo de sí. A medida que se establece un vínculo de confianza, puede ser que este tipo de intercambio humano permita sortear las barreras que impone el ego para ir directamente al ámbito de lo interior, lo verdadero, lo que no desea vender ninguna imagen. Aquellos que vibran por resonancia con lo que alguien convida de su sentir, se ven impulsados a participar desde ese mismo nivel de intimidad.
Siendo que las personas con un nivel de conciencia desarrollado no son muchas, el encuentro de dos o más seres evolucionados esencialmente afines es un pequeño milagro que desafía las estadísticas: es difícil, numéricamente improbable, y, sin embargo, posible. La condición para que pueda llegar a producirse es permanecer en actitud de apertura, trabajando consigo mismo y rastreando aquellos espacios y personas que puedan ayudarnos a comprender que no somos raros, inadecuados, inaceptables. Permitirnos descubrir que hay otros "de nuestra misma especie". Cada uno de nosotros vino a ejecutar su instrumento en esta Gran Orquesta. Pero nadie vino a ser solista: hay otros que, lo sepamos o no, están tocando nuestra misma partitura. Sólo debemos abrir los sentidos, escucharlos, y caminar en su dirección...

Publicado en las revistas "Uno Mismo" de Chile (marzo 2004) y de Argentina (abril 2004).Por Virginia Gawel y Marcos Eduardo Sosa

"El verdadero amor"


-Bondad incondicional o benevolencia. Capacidad de dar alegría y felicidad a la persona que amas. Aprender a observar a quién amamos porque si no la comprendemos no la podremos amar. La comprensión es la esencia del amor. Dedicar tiempo a estar presente y atento y observar profundamente. A eso se le llama comprensión.
-Compasión. Deseo y capacidad de aliviar el sufrimiento de otra persona. Para conocer la naturaleza de su sufrimiento y ayudarla a cambiar, también hay que observarla profundamente. Para eso es necesaria la meditación. Meditar es observar a fondo la esencia de las cosas.
-Alegría. Si en el amor no hay alegría, no se trata de verdadero amor. Si estamos sufriendo y llorando todo el tiempo o si se hace llorar a la persona que amamos, eso significa que no se trata de un verdadero amor, incluso puede llegar a ser lo opuesto a él. Si en la relación de pareja no hay alegría, seguro que no es un verdadero amor.
-Ecuanimidad y libertad. El verdadero amor hace alcanzar la libertad. Cuando se ama de verdad se le da al otro una absoluta libertad. Si no es así, no se trata de un verdadero amor. El otro debe sentirse libre, no solo por fuera, no también por dentro.


EL APEGO NO ES AMOR

Es muy fácil confundirse. Lo que entendemos por amor con frecuencia tiene más elementos de no-amor que de lo que compone el amor verdadero. Es sorprendente la paradoja: películas, canciones, telenovelas para masas ávidas de romances dolorosos y de conflictos, revistas de farándula y nuestro mismo entorno utilizan hasta el desgaste la palabra amor para denominar todo aquello que es incompatible con el amor. Por ejemplo, pretenden que es amor celar a la pareja, vivir pegados a ella, satisfacer todos sus deseos y demandas, lo que son sólo distorsiones y enajenamiento. En el amor auténtico se da la tolerancia, la aceptación y la falta de resistencia.

El apego es una falsa apariencia del amor y la gran responsable del fin violento de muchas historias que parecían románticas. Se trata de un concepto capital en la filosofía budista y puede estar asociado a cosas, situaciones o personas. Para el budismo, el apego constituye la causa más importante del sufrimiento humano.

En el ámbito de la pareja, el apego es muy dañino porque el mismo ímpetu que parece acercar es la causa del mayor sufrimiento y del final de la relación. Es fácil dejarse engañar por el apego porque en muchos aspectos superficiales se asemeja al amor de verdad.

El sentirse apegado a las personas, objetos o situaciones es parte del condicionamiento de todo ser humano hasta que este empieza a ser consciente de sus necesidades y temores. En el momento que se da cuenta de que lo que creía amor tenía que ver más con su necesidad es posible que esté preparado para pasar del apego al amor, o a la autonomía disolviendo el falso vínculo que lo subyugaba.

TRANSFORMAR EL APEGO EN AMOR

Observarnos a nosotros mismos para darnos cuenta de las ataduras que nos unen a la pareja. La clave para darnos cuenta de eso es la presencia de dolor. Por ejemplo podemos observar cómo reaccionamos, si tenemos expectativas demasiado altas, si ya no tratamos a nuestra pareja como a un amigo respetado. Podemos percibir nuestras motivaciones para decir lo que decimos y advertir si es el miedo el que nos impulsa.
Intentar aprender a soltar la ligazón. A veces esto puede producir soledad y tristeza dentro de la relación. Implica sentir el dolor de modo individual, sin adjudicar la culpa al otro ni hacerlo responsable de nuestra pena. Volverse hacia el interior para calmarnos e identificar nuestro sentir (ser conscientes). No exigirle al otro que remedie nuestro malestar. Lo mismo se aplica para el otro, habría que dejarlo que sienta su rabia y su dolor sin intentar salvarlo por no sentirnos mal.

No reaccionar. Esto se lleva a cabo ignorando las voces de nuestra mente que nos taladran alimentando el miedo y lo que percibimos como amenazas.

Responsabilizarnos de nuestras decisiones en lugar de sentirnos víctimas. Sentirnos dueños de nuestra propia felicidad. Sentirnos menos "importantes" al focalizar con humildad en nuestro interior en lugar de hacer al compañero objeto de atención y crítica constantes.

Saber estar presentes ante nosotros mismos, atentos a nuestra rabia, miedo, dolor, expectativas y exigencias. Con esto podemos llegar a sentirnos libres, vitales y espontáneos en nuestra relación apreciando al compañero sin imágenes, ilusiones y expectativas. Con esto las relaciones no serán fuente de sufrimiento.

EL AMOR COMO MANIFESTACIÓN ESPIRITUAL

Deepak Chopra, médico indio radicado en California inspirado en la sabiduría de los textos védicos de la India, alienta a alimentar el amor en la espiritualidad para infundir a nuestras relaciones una mayor profundidad y significado. El aspecto espiritual del amor es el que sostiene las relaciones basadas en el verdadero amor y les permite expandirse y crecer ("El camino hacia el amor", 1997).

En una sociedad laica como la nuestra, cuya idea de espiritualidad está unida a las religiones organizadas dominantes, el concepto de espiritualidad causa desconfianza. No obstante, es imposible entender lo que es el amor sin entender la espiritualidad en su sentido amplio. En palabras de Osho en su libro "Vida, amor y risa.": "El estado de amor más elevado no es, en absoluto, el de la relación afectiva. El amor es una característica del ser: de la misma forma que los árboles con verdes, el que es amoroso, ama. El árbol no se pone verde para ti. La flor continúa desprendiendo su fragancia tanto si alguien se le acerca como si no, tanto si alguien la aprecia como si no. El amor es una cualidad del ser."

Aprender a amar es transformarse en un ser amoroso que transmite amor. El amor no es un bien escaso cuando se transforma en actitud. Tendríamos que sustituir el sustantivo por el verbo y pensar en el amor como acción. De este modo es imposible sentir soledad, ya que el amor hace posible estar unido íntimamente a todo lo que nos rodea, experimentar la verdadera felicidad, y atraer magnéticamente el amor de otros seres que aman de igual modo.

Desapegarnos no quiere decir que nada nos importe:
Significa que aprendemos a amar, a preocuparnos y a involucrarnos sin volvernos locos. Dejamos de crear un caos en nuestra mente y en nuestro medio ambiente. Cuando no nos hallamos reaccionando de un modo ansioso y compulsorio, nos volvemos capaces de tomar buenas decisiones acerca de cómo amar a la gente y de cómo solucionar nuestros problemas. Nos liberamos para comprometernos y para amar de modo que podamos ayudar a los demás sin lastimarnos a nosotros mismos.



Thich Nhat Hanh,